La barca rápida de San Carlos me llevó a El Castillo. En dos horas de
camino pude ir observando las verdes orillas del Río San Juan, las casitas a
sus lados.
Atravesamos un puente, construido hace no mucho, que comunica Costa Rica, a
pocos kilómetros, con Nicaragua. En mayo lo usan los ticos para ir a la gran
fiesta de este pueblo, una fiesta dónde los ticos y nicas se emborrachan hasta
el amanecer.
Este río atraviesa Nicaragua uniendo el Gran Lago y el mar Caribe.
Un precioso camino en el que disfruté del atardecer mientras la brisa y el
agua que me salpicaba calmaban el calor que hacía.
Justo con la caída del sol llegué a este pequeño pueblecito sin coches, con una gran historia, plagada de gente luchadora por la guerra y asaltada por los piratas, que nunca perdió la sonrisa.
En el hostal que me quedé estaba sola. Los sonidos de las gallinas, los
chanchos los volvía a tener a mi lado, ya los echaba de menos. Observaba cada
mañana las maravillosas vistas hacia El Castillo.
Me sentí muy tranquila y relajada aquí. Mi primera idea era quedarme dos noches, pero lo alargué a cinco.
Me sentí muy tranquila y relajada aquí. Mi primera idea era quedarme dos noches, pero lo alargué a cinco.
Después de pasar una noche calurosa, a pesar de tener un ventilador encima
de mi cabeza, preparé mi mochila para conocer este pueblecito lejos de
cualquier sonido de automóvil.
…butacas vacías ¿dónde estaría todo el mundo?…
…campesinos regresando de la dura mañana…
…niñas y niños que iban y venían de la escuela con sus limpios uniformes...
…otros descansando…
…refrescándose en el río…
…andando con zancos…
…o estudiando…
Me miraba curiosa, parecía que era la única extranjera del pueblo.
A veces, veía estrechas calles que se metían más hacia el interior y yo me
iba con ellas para descubrir nuevos rincones.
El mágico Río San Juan transcurría tranquilo, sin prisa, llevando consigo
sábalos, un pescado muy típico de aquí. Saltando por encima del río se podía
ver que no era un pez pequeño.
Cuando me pateé todo el pueblo disfrutando de los preciosos colores...
...detalles...
...el olor de la cocina a fuego lento y...
...las flores que me regalaba este encantador pueblecito de río, fue momento de subir a El Castillo.
...detalles...
...el olor de la cocina a fuego lento y...
...las flores que me regalaba este encantador pueblecito de río, fue momento de subir a El Castillo.
El Castillo de la Inmaculada Concepción es una fortaleza española construida a finales del siglo XVII para interceptar y evitar los ataques a la ciudad de Granada por los piratas que entraban por el Río San Juan desde el Caribe.
Esta fortaleza se encuentra situado en un lugar estratégico, en una elevación junto a los raudales más feroces del río San Juan, conocidos por los indígenas como “El Raudal del Diablo”. Digno de contar es que gracias a Rafaela Herrera, hija del capitán de combate, cuando su padre falleció por un ataque pirata, cogió el mando y con un cañonazo hundió los numerosos barcos piratas ingleses que venían a arramplar todo y con esta frase de Rafaela “Que los cobardes se rindan y los valientes se queden a morir conmigo” los piratas se retiraron y con apenas 19 años se convirtió en una grandeza para Nicaragua.
Numerosas botellas y objetos se encontraron más tarde en las profundidades
de este río.
Me detuve a contemplar las vistas y...
...los muros de aquella preciosa fortaleza, viajando a través del tiempo, imaginándome aquella heroica hazaña de Rafaela.
...los muros de aquella preciosa fortaleza, viajando a través del tiempo, imaginándome aquella heroica hazaña de Rafaela.
Ahora hay una pequeña biblioteca municipal dónde los niños de la escuela
pueden ir a consultar sus dudas y otros pueden escoger algún que otro buen
libro para leer mientras disfrutan de estas agradables vistas. Libros, gran
parte de ellos, donados por España.
La lluvia comenzó y tuve que esperar, resguardada, en un techo dónde conocí
a dos franceses viajeros con el que compartimos parte de nuestras experiencias.
Uno más tímido y el otro más abierto que lleva muchos meses viajando de
voluntario. Da gusto encontrarse a gente como tú. Los dos felices también por
haber descubierto este bonito lugar. Terminó de llover y ellos se fueron a
conocer El Castillo mientras que yo me fui a seguir dando un tranquilo paseo.
Me encantaba este lugar.
Cuando me encontraba aquí en este camino colorido observando el río,
pensativa, un chico de mi edad se puso a mi lado y me empezó a hablar de los
sábalos, de los tiburones toro y de los camarones. Me pareció alucinante que un
tiburón pueda llegar nadando desde el mar Caribe hasta aquí. Pero hubo algo
curioso, fue su nombre, Cairo. A veces, en ciertos momentos, la vida te regala
bonitas coincidencias. Me acordé de Kairito, no me puse triste, pero me sentí
atraída por su nombre.
Nos encontramos con los franceses, no recuerdo sus nombres. Cairo nos llevó
a su casa azul construida por él, restaurante, a la vez, de su madre, Doña
Mercedes.
Allí comimos un plato típico: arroz con frijoles (gallo pinto), queso, ensalada y tajaditas de plátano.
Estuvo riquísimo y más con estas preciosas vistas sentados en la terraza de su casa mientras se escuchaba, de fondo, el sonido del río.
Allí comimos un plato típico: arroz con frijoles (gallo pinto), queso, ensalada y tajaditas de plátano.
Estuvo riquísimo y más con estas preciosas vistas sentados en la terraza de su casa mientras se escuchaba, de fondo, el sonido del río.
Cairo hablaba y hablaba sobre sus múltiples aventuras. Un chico que estuvo
viviendo seis meses en la única comunidad de la Reserva Indio Maíz, aprendiendo
todo sobre animales. Dice que él es biólogo, a pesar de no tener un título que
lo acredite, pero puedo decir que sobre animales tiene un grandísimo
conocimiento, ya que junto con los biólogos que investigaban la zona en aquel
entonces y los habitantes de aquel lugar, aprendió todo sobre animales, plantas
y árboles.
Nos mostraba y hablaba sobre sus múltiples cicatrices tatuadas para el
resto de su vida. Nos relató su mordedura de la serpiente terciopelo. Él estaba
caminando con un indígena de la reserva, conociendo el lugar más a fondo, por
caminos únicamente conocidos por éste. Cairo se recostó en un árbol y una
terciopelo de siete metros de largo le mordió. Él sabía las consecuencias de
esta mordedura letal y en ese momento se le pasó su vida por delante. Miró al
indígena y le dijo “Me voy a morir, ¿verdad?” El señor le prometió que eso no
iba a pasar. Se fueron en busca de una hoja que hervida junto con la raíz de un
árbol le hizo vomitar sangre por todos los orificios de su cuerpo, esa bebida
le purgó la sangre envenenada. Sin esto, Cairo no podría haber contado su
historia, le sanó y le regaló algunas horas más de vida hasta llegar al
hospital, situado muy lejos de aquella zona que para llegar tuvieron que sudar
lo no escrito.
Él es guía, no oficial. Se estaba preparando los exámenes para
ello, pero realmente no quería pasar por ese tipo de pruebas. Le valían verga.
No quería ganar ni más dinero ni tener que ver en esos organismos oficiales.
Los turistas que hacían tours con él siempre se quedaban contentos y era
conocido por el apodo de Mowglie, de El Libro de la Selva. Lo cual yo dije
antes de que me lo dijera él. También se sentía identificado con Frank de la
Jungla que conoció un día por una chica que le contó que eran igual de
atrevidos. Cairo no tenía miedo a nada, solo respeto. Le encantaba el riesgo y
así cogía grandes cocodrilos que le podían haber arrancado un brazo de un
mordisco, caimanes, todo tipo de serpiente mortales, ranas, arañas… Un bicho
era.
Uno de los franceses, el más callado, se retiró de la conversación y el
otro no tardo en irse. Nos quedamos solos. Las horas pasaban y yo escuchaba, en
silencio la historia triste de su familia, su dura vida y su gran desamor.
Cairo no lo pasó nada bien y me decía que no tenía sentimientos. Se
sentía con una gran coraza. Este día hacía 15 años desde que se encontró a su
hermana gemela ahorcada. No paraba de hablar mientras yo le escuchaba. Me decía
que se sentía solo. Todos sus amigos con mujer estaban en casa y yo era la
única que le escuchaba y aguantaba su borrachera es ese día tan triste para él.
Me contó que al día siguiente tenía un examen importante para el curso de
guía turístico, pero prefería irse a la reserva a desconectar y meterse en
busca de animales. Me invitó. Acepté con mis dudas, pero tenía toda una tarde
para echarme atrás si no quería. El plan era pasar una noche allí para buscar
jaguares, cocodrilos, ranas, serpientes… todo sonaba fantástico, pero siempre
te queda la duda de si es acertado irte con un mae (tío), sola, allá, sin conocerle
de nada.
Me fui a mi hostal y pregunté a
Leonor, la chica que hacía el turno de la tarde, si Cairo era buena persona o
si tenía alguna mala intención. Me dijo que no me preocupara que nunca había
escuchado nada extraño sobre él. Que a Cairo le gustaba hacer tours con gringas
y que todas venían muy contentas. Así pues, esa noche, me fui nerviosa a la
cama, imaginándome toda la aventura.
A la mañana siguiente, Cairo me fue a buscar y nos montamos en la canoa,
llena de provisiones. Empezamos a descender el río San Juan en dirección caribe
sumergiéndonos en un paisaje inolvidable.
Cairo me hablaba de distintos pájaros que íbamos observando revoloteando
por el Río San Juan. Con solo oírlos, él me los señalaba sin dudar su posición,
a veces me costaba esfuerzo verlos.
A lo lejos me señaló una fila de grandes y coloridas orugas. Nunca vi orugas
tan preciosas. Nos acercamos con la canoa para poderlas ver más de cerca.
Menudas orugas verdes espinosas… más largas que un dedo!
A unos siete kilómetros llegamos al río Bartola punto dónde comienza la
Reserva Indio Maíz. Preguntamos a los militares si había alguien más haciendo
algún tour. Éramos los únicos.
Durante el paseo por este río un grupo de pequeñas mariposas naranjas,
amarillas y blancas revoloteaban alrededor de la canoa. En las orillas del río
se veía, en ocasiones, grandes grupos de ellas descansando o, más bien,
buscando un lugar de refugio para la lluvia que se acercaba.
Observamos también a los basiliscos caminando sobre el agua como si de un
lugar firme se tratara.
Al poco tiempo de nuestra inmersión en estos parajes mágicos, encontramos
un lugar dónde Cairo suele hacer un fuego para comer algo, descansar y echarse
un baño.
Después de eso Cairo se metió al agua mientras yo dejaba mis pies en remojo
dónde los pequeños pececitos me mordían y curaban las heridas de los ataques de
los mosquitos.
Más orugas se podían observar y…
…esas mariposas que invadían y hacían de éste un mágico lugar. Todo me
estaba pareciendo precioso.
Continuamos remando por el río. Pudimos ver una especie de zorro-mapache
del que no recuerdo el nombre y numerosos monos araña, congo y cariblanca que
nos acompañaban durante todo nuestro camino saltando de rama en rama.
Llegamos a nuestro campamento base. Una “playita” para poner un plástico por si llovía y tirar la desgastada tienda de campaña. Cairo normalmente va con hamacas en verano, pero por ser temporada de lluvias hay muchos mosquitos y era un riesgo. No quería que acabara llena de picaduras.
Llegamos a nuestro campamento base. Una “playita” para poner un plástico por si llovía y tirar la desgastada tienda de campaña. Cairo normalmente va con hamacas en verano, pero por ser temporada de lluvias hay muchos mosquitos y era un riesgo. No quería que acabara llena de picaduras.
Nada más bajar un grupo de mariposas me rodeó y me hizo sentir mágica. Ver
cómo me rodeaba ese grupo de mariposas salvajes sin miedo a nada. La foto no me
hace justicia, me la hizo Cairo y está estropeado el objetivo de un golpe que
le dí.
La tarde pasó tranquila. Caminamos buscando piedras, algunas con distintos
tonos de arcilla que hicieron volar nuestra imaginación sobre el tronco de un
árbol caído. Pinté esto.
Después construimos un pequeño templo con piedras poderosas sobre un grueso
palo.
Estuvimos haciendo ranitas con las piedras a lo que él llamaba tajadas. A
mí en vez de ranitas me salían sapos. Seguramente al día siguiente me dolería
el brazo.
También me enseñó a tirar piedras con fuerza, con la técnica de los
cazadores. No lograba pasar al otro lado por más que las tiraba con toda mi
furia y rabia.
Antes de que cayera la noche preparamos una cena. Esta vez me tocaba encender el fuego a mí. Cortando la corteza de troncos que habíamos traído, formé una especie de cabaña con palitos y coloqué una vela encendida. Una buena técnica para hacerlo rápidamente. Cociné unos espaguetis con verduras.
La noche comenzó y pudimos observar muchas ranitas curiosas por la zona. Cairo
me las traía contándome un poco sobre ellas. Esta minúscula se llama ranita
trompuda.
Cairo estaba nervioso y quería ir en busca de cocodrilos y jaguares. Tenía
ganas de que los pudiera ver y más que todo, él tenía mono de sentir la
adrenalina de coger un cocodrilo y agarrarle la boca para alzarlo. Loco está,
así tiene mordeduras por su cuerpo. El tiempo no estaba a nuestro favor por la
grandiosa luna llena que había. Cuando ésta está es más difícil de ver animales
por la noche porque la luz de la luna te descubre. No es lo mismo que ir con un
foco y apagarlo para acercarse al animal sin luna. En nuestra expedición con la
canoa no tuvimos suerte.
Pero nos metimos por un pequeño sendero un par de metros para buscar algo.
Vimos un gran bicho palo y…
…la rana ternero que me restregó por mis heridas para que cicatrizarlas. El
escozor de aquello era tremendo, pero yo me fiaba de sus conocimientos.
No anduvimos mucho más por aquel sendero por peligro de ser sorprendidos
por una terciopelo y no ir con la ropa y zapatillas adecuadas. Yo en
chanclas y él descalzo. Además de la cantidad de mosquitos que me
estaban atacando no nos dejaban avanzar mucho más.
Ya en el campamento base, Cairo estaba un poco triste por no poder ver al
cocodrilo y al jaguar, así que se fue a buscar más ranitas para enseñarme, pero
antes me dejó una rama flexible que si me lo ponía actuaría como repelente
natural. Pensé que simplemente con machacarlos y ponérmelo serviría, pero la
prisa y por ser caballo (cabezota) lo hice sin preguntar y todo el cuerpo me
empezó a picar muchísimo. Cairo me explicó que primero había que quitar la
corteza, ya que es una parte que crece como “parásito” de aquella rama y que
contiene gran cantidad de ácidos.
Sin ningún tipo de miedo se metía por sitios que yo no podía por seguridad
y me presentó al sapito enmascarado y…
En un momento, noté como algo estaba colgado a escasos centímetros de mí.
Era una araña muy rara. Llamé a Cairo y me dijo que era la picacaballo. La
cogió con toda la tranquilidad del mundo y me dijo que así era su nombre porque
con su mordedura era capaz de matar a un caballo…
Trajo también un basilisco hembra (no tiene cresta) y…
…una hormiga gigante. Se trata de la hormiga bala conocida por la picadura
más dolorosa del mundo. Existe un ritual llevado a cabo por la tribu Sateré
Maué en la selva amazónica de Brasil. Consiste en colocar muchas hormigas de
éstas dentro de unos guantes. Las personas de esta tribu en la niñez y adultez
como iniciación de nueva etapa se ponen los guantes y tienen que aguantar al
menos diez minutos.
El Cairo, que está todo loco, me contó que lo probó, el Frank de la Jungla también vi que lo hizo en uno de sus programas. Dice que el dolor es lo más sufrido que te puede pasar. Dura 24 horas, casi los siete días de la semana con la misma intensidad. Me preguntó si quería probar esa sensación, pero me quedé con las ganas… ni de broma ¿para qué iba a sufrir de esa manera? Bueno puse el dedo cerca de su cabeza pero no quiso morderme.
El Cairo, que está todo loco, me contó que lo probó, el Frank de la Jungla también vi que lo hizo en uno de sus programas. Dice que el dolor es lo más sufrido que te puede pasar. Dura 24 horas, casi los siete días de la semana con la misma intensidad. Me preguntó si quería probar esa sensación, pero me quedé con las ganas… ni de broma ¿para qué iba a sufrir de esa manera? Bueno puse el dedo cerca de su cabeza pero no quiso morderme.
Después de esto nos fuimos a dormir y los dos coincidimos en no dormir
dentro de la tienda. El tiempo estaba despejado y no hacía frío así que sacamos
el colchón fuera y nos quedamos dormidos después del agotador día a la luz de
la luna.
Por la noche Cairo se despertó para coger el machete, escuchaba ruidos. Él
no me dijo nada, pero yo lo vi… así que me pasé toda la noche con un ojo
abierto. A la mañana siguiente ninguno de los pareció haber dormido… con ojeras
y con dolor nos levantamos para desayunar frente al precioso río con alguna oruga que me tiró Cairo.
Recogimos los bártulos y nos dirigimos en canoa para caminar por un sendero
circular.
Nada más entrar entre las ramas, estaba ella, la ranita que andaba
buscando la rana camuflada, flecha negra y azul, científicamente
denominada dendrobates auratus. Muy venenosa y usada para
colocar veneno en las flechas que usaban los indígenas para cazar. Preciosa. Yo
con esto estaba feliz y contenta andando por allí.
Por el camino mi experimentado guía me mostró la flor beso, más conocida
por flor beso de puta. Usada por los indígenas en sus rituales y fiestas ya que
en esos tiempos no tenían pintura roja para los labios.
Libélulas y moscas gigantes…
Mariposas engañosas dónde es difícil saber cuál es la cabeza, ya que ambos
extremos los mueven para engañar a los animales que quieren cazarlas.
Así como el gran almendro de montaña, el hogar de las lapas/guacamayos que
por no ser época de fruto no pude ver a ninguna.
Cairo me contaba sobre gruesas lianas con gran cantidad de agua en su
interior, por si te encontrabas en una emergencia.
Me dio para probar una hoja de la familia de la planta de la coca. Mastiqué
una pequeña punta de esta hoja y la lengua se me quedó dormida y me pareció
como que mi vista se agudizó. Junto esta hoja y la ramita que me dio la noche
anterior para los mosquitos, me dijo que eso es lo que le dieron de infusión
cuando le mordió la terciopelo para purgarse.
También probé las termitas, situadas sobre este árbol que anda. El proceso
ocurre a lo largo de los meses cuando a estos árboles les hacen sombra otros.
Éste crea nuevas raíces dejando morir otras para que poco a poco se desplace un
par de centímetros al mes.
Los mosquitos empezaron a atacarme y cogimos de un hormiguero la caca de
hormiga, prácticamente barro, para ponerlo en mis piernas. Así los mosquitos
(ni nadie) se acercarían a mí.
Durante el paseo me contó que hace unos años hubo un show que se llamaba
“Desnudos en la selva” dónde un chico y una chica tenían que sobrevivir allí,
aunque más en la profundidad, durante 22 días. El chico se retiró
y la mae superó el reto casi sin alimentarse de ningún animal, observando
todo tipo de animal peligrosísimo como jaguares, escorpiones, terciopelos…
También se podía observar el gran destrozo que hizo el huracán Otto en
ciertas partes de la reserva.
Después de este largo y caluroso paseo nos fuimos a nadar con las mariposas
y refrescarnos para el duro camino de vuelta.
Remamos a contracorriente. El sol pegaba duro y yo cada vez estaba más
roja.
Río arriba un conocido de Cairo nos remolcó hasta el pueblo. Dura la
excursión en la que me quemé como una auténtica chele (turista). Cairo me
llamaba Chela o Chelita porque decía que estaba muy blanca!!!
Llegué al pueblo, dolorida y con ganas de descansar y no moverme hasta el
día siguiente. Me fui a comer algo a una cafetería y el resto lo pasé inmóvil
en la cama, convaleciente, hasta el día siguiente.
Me desperté con grandes agujetas en los brazos y en los costados por todas
las piedras que tiré y de remar. Estaba ahuevada por el calor y Cairo me fue a
buscar porque pensaba que estaba enferma. Quiso animarme y nos tiramos con la
colchoneta por el Radal del Diablo.
Sinceramente me daba pereza mojarme y moverme, pero era algo que tenía que hacer. Fue divertido y rápidamente me espabilé.
Sinceramente me daba pereza mojarme y moverme, pero era algo que tenía que hacer. Fue divertido y rápidamente me espabilé.
Nos bajamos en un pequeño muelle y volvimos caminando por un sendero hasta
el pueblo.
Por el camino me encontré con un saltamontes del tamaño de mi mano, enorme!
Por el camino me encontré con un saltamontes del tamaño de mi mano, enorme!
Subimos a la biblioteca de La Fortaleza. Quería buscarle un libro: El
Alquimista. Él sólo se ha leído un libro en toda su vida, El Principito. Pensé
que este libro le iba a ayudar con el plus de que algún día le gustaría ir a
las Pirámides de Egipto. Nos sentamos en su rincón favorito de El Castillo.
Mientras él leía yo disfrutaba de las maravillosas vistas de aquel soleado día.
A la vuelta me enseñó algunas pinturas que hizo en el hotel de un familiar.
El resto del día nos lo pasamos hablando en la terraza dónde tiene la empresa
de tours con su primo. Esa tarde me comentó más sobre su peculiar vida. Prácticamente
conocía toda su vida desde los 15 años hasta la actualidad. Una vida que en
aquel momento pensé que sería buena para escribir un libro...Me sentí
inspirada y seguramente lo haga.
Le dije que tenía ganas de probar los famosos camarones al ajillo de los que
tanto he ido hablar. Me contó que hace unos años hubo una gran plaga de un
bichito amarillo que inundó el río y el pueblo. Para matarlos hicieron uso de
un pesticida que dejó ciegos a los peces, tiburones y camarones del río,
encontrándose flotando en las orillas del río. Ahora hay muy pocos y no es
temporada de pesca.
Lo que si come mucho la gente es chancho. La madre de Cairo tiene una
psicosis y todas las semanas tiene que matar a uno. No solo ella. Esa tarde
pude ver como un pobre cerdito se acercaba en barca. Su hora había llegado y le
estaban dando lo que fue su último baño.
Esa noche fue una noche eléctrica y sin nada que decir nos pusimos a ver
los imponentes rayos que iluminaban al pueblo de El Castillo.
Por la noche fuimos a tomar algo al bar de un amigo homosexual, no muy
aceptado por el pueblo. Una noche llena de cotilleos y risas mientras
escuchábamos música.
Cairo me acompañó al hotel y se pasó de lo debido. Yo pensaba quedarme tres
días más allí, pero su comportamiento obsesivo y pesado de mae estúpido hizo
que cambiara de decisión. Me sentí presionada por él.
Parecía que todo lo que habíamos compartido juntos era para llegar a lo que
él quería llegar. Me hablaba del destino, de las coincidencias que teníamos… le
dije que no se confundiera y le dió igual. Fue un momento bastante delicado
para mí. No tuve miedo, pero le odié porque hizo que me fuera de mala onda,
como dice él, de aquel maravilloso lugar.
Esa noche me puse a hacer mi mochila que no tenía prevista hacer. A la
mañana siguiente me levanté y me fui. La gente del pueblo ya me conocía y
sonrientes me decían adiós y me preguntaban cuándo volvería.
Detrás de mí me encontré a Cairo diciéndome al oído “No te marches Chela,
no seas mala onda, quédate, perdóname por lo de ayer”.
Me ofreció trabajo en la oficina de turismo, en restaurantes, en la escuela, en la reserva para estudiar
biología como él… todo me lo quería dar. Pero a mí me valían verga sus
palabras, estaba enfadada. Le dejé sentado y triste en una escalera. Me subí al barco y sin
mirar a tras dejé ese lugar… sin saber qué pasaría con Cairo. Me dijo que si me
cogía ese barco no volvería a saber de él nunca...
Durante el viaje de dos horas a San Carlos repasé toda la vida de Cairo, mi experiencia allí y
la última noche. Quizás fui dura con él, pero tiene que aprender el respeto
hacia una mujer y cuando una dice NO, es NO.
😃 ¡¡ Genial, Belenchi !!
ResponderEliminarSencillamente genial...
Eres toda una crack...
Sigue así guapísima...
Paco