Después de un largo viaje, dejando atrás a la preciosa isla
de Ometepe, llegué a Granada. Una pequeña ciudad lejos de los altos edificios.
Granada es belleza en estado puro. Un lugar lleno de casas coloniales con
hermosos colores aquí y allá. No quise descansar y salí en busca de esos nuevos
rincones y placeres que te regala la vida viajera. Aquí os presento las 24
horas que pasé en Granada!
Paseé por la calzada principal dejándome iluminar con los
colores que Granada me mostraba...
…admirando la Iglesia de Guadalupe…
…continuando andando por calles coloridas…
…descubriendo patios interiores…
…barberías de época…
…mujeres…
…rincones…
El calor era bastante sofocante y apenas sin sombra, seguía
disfrutando de la Catedral de Granada con un moderno y bonito fresco en su
techo, al lado del Parque Central, dónde la gente se apilaba tomando refrescos
y disfrutando de la única sombra del lugar.
Me quise perder un poco por las calles y di con el mercado
del pueblo.
Un lugar atestado de gente, comida, frutas, verduras y todo
tipo de artilugios a la venta.
Todos estaban allí.
Y el color de las casas más antiguas seguían vivos a pesar
del pasar de los años.
Me dirigí a la Iglesia de la Merced.
Allí había quedado con
Anna, mi amiga de Nueva Jersey con la que coincidí bastantes veces en mi viaje y
con Osvaldo, un argentino que trabaja de guía de buceo en Punta Uva, Costa
Rica.
Con ellos fui a visitar el Volcán Masaya. El tour
contratado, puesto que no puedes ir solo, nos dejó en el típico mercadillo de
artesanías de Masaya dónde pudimos dar una vuelta y ver las bonitas cosas que
fabrican, antes de subir al volcán.
Esta mujer me vendió chufa machacada para hacerme horchata.
Había muchos dibujos de gente en el baño, algo que nos
sorprendió bastante.
Multitud de hamacas…Me daban ganas de comprarme una. Es una
lástima no tener espacio suficiente en la mochila, ni siquiera para un alfiler.
Está todo calculado.
Vi una familia Amish, curioso…
Al volcán llegamos después del atardecer.
El minubús aparcó ya dado la vuelta. Es una regla por la
probabilidad de erupción… Nos asomamos al cráter y guauuu. Alucinante!
Lava. El núcleo de la Tierra. Se podía observar cómo el
fluido se movía para disolver así las rocas.
Estábamos muy contentos de poder presenciar algo así.
Impresionante!
A la vuelta me quedé con Osvaldo tomándome unas toñas
(cerveza Nica) y hablando de nuestros planes. Él se iría a Honduras y yo
seguiría mi camino por San Juan del Norte.
A la mañana siguiente mi autobús no salía hasta las 11am.
Madrugué un poco y fui a recoger mangos. En esta época hay muchísimos por la
calle. Si me hubiera quedado más tiempo en Granada podría haberme puesto a
hacer mermelada. La gente de aquí está aborrecida de tanto mango. Yo no, así
que me hice un zumo de mango. Delicioso!
Estuve disfrutando un poco del hostal
y…
… me fui a dar una vuelta, aprovechando mi tiempo para
seguir conociendo a los granadinos. Gente muy simpática, con una sonrisa en la
cara y siempre amable.
Fui a tomarme un café a un lugar del que había escuchado
hablar: Café de las Sonrisas, dónde trabajan personas con alguna discapacidad,
especialmente sordomudos.
Nada más entrar el único sonido era el de sus manos
trabajar porque también tienen un taller de lindas hamacas de todos los tamaños
y colores.
Y aquí podías pedalear para hacer tu propio smoothie!
Mientras me tomaba el café, en silencio, leí un bello texto…
Después volví al mercado para seguir tomando alguna que otra
foto y poder comprar algunos víveres.
Llegué muy apurada al bus, pero tenía asiento. No podía
perderlo, ya que sólo hay los jueves y los lunes. Los horarios por aquí son
complicados.
Fue uno de los viajes más entretenidos de siete horas que he
hecho en bus.
Se paraba cada dos por tres y entraba un pelotón de gente por la
puerta delantera para vender sus historias: mangos cortados, platitos de fruta,
pollo frito, empanadas, patatas, pastelitos, dulces, churros, crepes, hotdogs,
hamburguesas… Luego salían por la de atrás o viajaban unos kilómetros dónde se
bajaban y entraban otros y los primeros tendrían que esperar a otro bus de
vuelta. Allí casi que podías almorzar como hacer la compra sin moverte del
asiento del bus, del cual, de hecho, no me moví.
Observaba a la gente. Era la única extranjera… es lo que
tiene montarse en este tipo de buses, llamados colectivos. Un viaje cotidiano,
familiar, a veces abrumador por toda la gente que había, pero sobretodo interesante.
No lo cambio por un avión.
Llegué, después de rodear casi todo el Lago de Nicaragua,
antes de que se hiciera de noche, a San Carlos, un pequeño pueblo pescador
dónde hice noche en un humilde hostal. Sólo estaba yo.
Al día siguiente cogí un barco a las 9am que por poco lo
pierdo. Este barco me llevaría a la Reserva los Guatuzos. Un lugar sin internet...
¡¡¡¡ Toooooope !!!!
ResponderEliminarComo siempre.... descubriendo, mirando, comprendiendo, mezclando, quedándote con lo mejor...
¡¡¡ Viva Belén !!!