lunes, 23 de enero de 2017

Valle de Antón (Panamá)



Un pueblo campestre situado en el cráter de un volcán, según geólogos. Desde que me bajé del miniautobús y pisé este pueblecito me encantó, fue una buena idea quedarme unos días.
El hostel en el que estuve fue una maravilla: mucha gente hippie y muy chulo decorado. El desayuno estaba incluido: unas tortitas de plátano deliciosas! Entablé algunas cortas conversaciones con algunos viajeros, como yo, pero en tres días tampoco se puede establecer una GRAN amistad, con la que más hablé fue con una chica llamada Marion de Curazao, muy simpática, está viajando y quiere conseguir un trabajo en Panamá City relacionado con la administración de barcos.

Nada más llegar, me puse en marcha para explorar. Fui a unas termas dónde me puse barro y me relajé después del viajecito en el bus que me mareó un poco. Allí, unas niñas panameñas, que pasaban unos días con su familia, me llenaron de preguntas: ¿Cómo te llamas?¿Eres de EEUU?¿Te gustan las patitas de cerdo con pimiento y cebolla?¿Cuál es tu libro favorito?¿Y tu película? Así hasta que sus madres dijeron que era la hora, no se querían ir.
Negra voy a volver
Después me fui al Cerro Cariguana (900m) que me había aconsejado la chica del hostel. Me costó un poco coger el camino correcto, me perdí… después de dos horas andando me dije a mi misma que como no encontrara el punto más alto me daría la vuelta. Por suerte pasó un chico con su familia en un quad y le pregunté, me había pasado el senderito que me llevaba hasta arriba del todo hace media hora… al fin llegué, atravesando un denso bosque con sonidos que jamás había escuchado. Cuando llegué a lo más alto me quedé alucinada con las vistas, quería creerme pájaro y saltar! Disfruté un buen rato de aquel espectáculo y antes de que bajara el sol me puse de vuelta (no quería salir de allí sin luz). Quizás, en ese momento, eché de menos estar acompañada para hacer la vuelta de noche, pero sola...ni loca (de momento). Por el camino me acompañaban el sonido de los grillos y ranas, poco a poco se iba haciendo de noche. De repente, a lo lejos, vi unos puntitos amarillos que se iluminaban intermitentemente. Me acerqué y en lo más oscuro del bosque había luciérnagas!!! Me quedé embobada mirándolas volar, cómo desaparecían y aparecían en otro lugar, fue un momento mágico. Eso de noche hubiera sido total. Por el camino apareció otra vez el chico del quad y me llevó cerca del hostel, ole!


Al día siguiente me propuse ir a la India Dormida por el sendero alternativo (y más largo) para ahorrarme 3 dolares. Tengo que decir que mereció la pena por todo lo que me fui encontrando por el camino. El cerro de la India Dormida, según me contó Lorenzo Sebastian Castillo Para Servirle, que me mostró dónde estaba, a lo lejos, se llama así por la apariencia de una mujer tumbada e india porque era un lugar dónde se colocaban los indios colombianos. Pero además existe una leyenda sobre ella, según se cuenta, en la época que llegaron los conquistadores españoles al Istmo, la preciosa Flor del Aire , hija del cacique Urracá, se enamoró de uno de los caballeros españoles. Yaraví, el más fuerte y agresivo guerrero de la tribu, estaba enamorado de la hija de Urracá. Pero al enterarse que la doncella le había entregado su corazón y su amor a uno de los conquistadores, él decidió quitarse la vida y se lanzó al vacío desde una montaña, frente a la mirada atónita de Flor del Aire. La princesa, acongojada por la muerte de Yaraví, decidió olvidarse de su amado español y empezó a vagar por las montañas llorando su desventura, hasta que la muerte la sorprendió recostada en lo alto y mirando hacia el cielo. Se dice que la naturaleza, conmovida por la triste historia de amor, decidió perpetuar la silueta de la princesa recostada. Don Lorenzo, después de haber estado un rato charlando me mostró el camino correcto, porque, una vez más estaba confundida. Llegué a la ladera de la montaña dónde me topé con casitas con muchas plantas exóticas cuando, otra vez, me sentí perdida y pregunté a un hombre que me abrió la puertecita y me enseñó el sendero escondido. A medida que avanzaba el camino era cada vez más empinado y sentía cómo mis pulmones no daban para más. Decidí hacer una pausa para contemplar las vistas preciosas hacia El Valle. Ya cuando alcancé el cuerpo de la India, justo dónde empiezan las piernas me encontré a grupo de chicos como de unos veinte años, panameños del pueblo de al lado, y nos fuimos juntos hasta la cabeza (1055metros). Tengo que decir que el camino no ha sido nada fácil. Parecía un camino de cabras. (En la foto del centro se puede observar a la India Dormida :-))
Empezamos a descender y el paisaje cambió por completo. Mucho más frondoso, verde y húmedo. Por el camino nos encontramos una cascada, Salto del Sapo, uno de los niños quería hacer honor a la cascada y nos bañamos. Hacía bastante calor y después de haber subido el cerro no venía nada mal un bañito refrescante con una de las aguas más puras de El Valle, la cual también bebí, al principio un poco incrédula, pero como vi a los niños beberla... Seguimos bajando y nos encontramos la famosa "Piedra Pintada", que recoge en petroglifos hechos por los antepasados indígenas gran parte de la historia de El Valle. Con la sabiduría de los grandes maestros, niños y jóvenes ayudan a descifrar los jeroglíficos expuestos sobre la piedra. Se trata, dicen ellos, de un mapa del territorio vallero. Al final del camino se puede ver una gran piedra también con petroglifos. Este sendero me ha encantado. Ha sido muy bonito, uno de los caminos más bonitos que he hecho en mi vida, también he sudado lo que no está escrito. Al llegar al pueblo los niños me invitaron a un refresco y querían seguir haciendo más planes conmigo, pero yo ya no daba para más, 6 horas de excursión está más que bien.

El último día me quedé descansando en las hamacas, leyendo, dibujando, pintando, viendo como gente se iba para continuar su camino y como otros viajeros llegaban para descubrir la magia que llena esta pueblo bucólico situado en el cráter de lo que fue un volcán.


Me pudo el ansia de conocer y salí por la noche a hacer una expedición. Quería volver a ver la luciérnagas. Cogí mi cámara, mi frontal, protector de mosquitos y empecé el camino que aquel día hice. Por el sendero, un manto de estrellas y unos puntitos, como purpurina, en los laterales. ¿Qué sería aquello?¿Agua condensada? No podía ser... me acerqué y eran los ojos de muchísimas arañas que con el brillo del foco creaban un efecto muy bonito, pero el suelo estaba plagado de arañas de un tamaño considerable! No encontraba a las luciérnagas y creí que era hora de volver. Me encontré a un pájaro muy bonito que intenté fotografiar como pude y un sapo del tamaño de mi puño. Ahora sí, mañana haré de nuevo las maletas y volveré a la ciudad para seguir dibujando mi camino.


3 comentarios:

  1. Qué guay todoooo, nos encanta que estés disfrutando tanto y que lo compartas con todos :)

    ResponderEliminar
  2. Heeeeeeeey!!!!
    Beleeeeenchi... qué guapo todo lo que cuentas...
    Jope qué envidia sana me das, y es que no es para menos. Al leer lo que cuentas y ver cómo lo estás disfrutando, uno sólo puede pensar en lo que se está perdiendo en un mundo tan maravilloso...
    Me alegro muchísimo por ti, y que se vayan realizando tus sueños...
    Si señor, con ¡¡el mundo por montera!!
    Muchos besos.
    Paco

    ResponderEliminar
  3. ����
    Deberías hacer una sección especial para las comidas locales. Suena todo estupendo, desde tus ojos, Belenitas!
    Pd: la india dormida, bien podría ser un indio, no?

    ResponderEliminar