Santa Catalina, un pueblo costero aislado. Un pueblo para
los surfistas, buceadores y gente que quiera descansar y desconectar de todo,
la conexión wifi, prácticamente no existe.
El camino con el bus fue bastante agradable y bonito. Me impresionó
un poblado que vi por la ventana, por el camino, tenía la arena naranja, las
casas hechas de barro y la gente estaba mimetizada con el entorno, ojalá
hubiera tenido la cámara a mano.
En Santa Catalina me quedé una semana. Mi primera idea era
de quedarme un mes y bucear allí. A una hora y media en lancha se encuentra la
Isla de Coiba, un paraíso para los buceadores, dónde se puede ver al tiburón
ballena y multitud de vida marina con bastante facilidad en temporada alta. Ese
era mi objetivo… pero me quedé muy lejos de conseguirlo, era bastante caro
bucear, sobretodo porque la gasolina es muy costosa (una lancha te lleva por
200 dólares hasta allí, luego tienes que pagar 20 por la entrada al parque y después
tienes que sumarle la actividad que quieras hacer). La población de allí se
dedicaba a la pesca, ahora su principal fuente de dinero son los turistas y
OTRAS COSAS.
El primer día llegué a una tienda de buceo, recomendación
del Capitán, porque un amigo suyo empezó su negocio hace poco y quizás podría
necesitar algo de ayuda. Así conocí a Cris, un italiano/francés que vivió mucho
tiempo en Egipto y que vive por y para bucear. Un chico muy experimentado que
llegó en Velero cruzando el Canal de Panamá. Me aceptó como ayudante, a cambio,
me pagaba el camping, porque él necesitaba que alguien estuviera allí cuando el
buceaba con sus clientes. Pasó una semana y decidí irme porque creí que no me
necesitaba, le estaba costando dinero y a mí no me gustaba mucho pasar el
tiempo en este pueblo, hacía muchísimo calor todo el día, estaba prácticamente
sudada siempre y el agua escaseaba. Todas las mañanas venía el camión y
rellenaba los depósitos de agua de los hostels y tiendecitas. Si consumías más
agua de lo “normal” se terminaba. La gente, se duchaba mucho y yo alguna noche
me quise duchar y no tuve suerte. Me sentía muy sucía…
Por lo demás Santa Catalina está bien si surfeas y tienes
dinero para bucear, sino con dos días ya has visto todo. El pueblo es una calle
de un kilómetro de largo que baja a una playa bonita por fuera, pero el agua
está muy turbia y no me incitaba a bañarme. Tiene otra playa, Playa Estero,
dónde están las olas y los surfistas, está muy lejos para ir andando a 38
grados o más, una tarde lo hice y no lo repetí nunca más: UNA Y NO MÁS!
Las mujeres de allí me parecían muy simpáticas, sobretodo
una que tenía un puestecito dónde vendía bolsitas de fruta batida congelada, mi
bolsita preferida, la de coco. Los hombres, había de todo, pero por la noche no
me sentía muy cómoda salir a pasear, ni sola ni acompañada. Los niños y niñas
eran guapísimos, morenitos, con ojos rasgados, con sus tablas de surf,
bicicletas y patinetes. Los lugareños se movían en caballo por los alrededores
y también ofrecían tours.
Pasaba mi tiempo leyendo, dibujando y fumando, aún no lo he
dejado, por cierto. Los primeros días coincidí, del hostel anterior, con Eva,
su Ukulele y su amiga Fátima, que venían a pasar unos días. Muy simpáticas y
divertidas, cuando se fueron me dio un poco de pena, sólo las veía por la noche
porque el resto del tiempo lo pasaba en la tienda de buceo.
Una noche cené con Cris en la terraza de la tienda. Al lado
se encuentra la iglesia de pueblo. Eso para mí fue un espectáculo. La gente con
un micrófono diciendo sus sermones, como si hablasen de sus aventuras, diciendo con bastante frecuencia la palabra señor y amor, al final de cada sermón, una banda se ponía a
tocar, música super rítmica y la gente de allí bailaba, saltaba, gritaba… hasta
algunos entraban en trance. Luego paraban y hablaba otro. Así podían estar 5
horas fácil… para mí era la discoteca del pueblo y el lugar más animado.
Hubiera entrado, pero no me veía bailando con cristianos en trance velando por
el señor. Este ritual lo hacían cada dos días. Tremendo.
Una noche, me fui a dormir pronto y a mitad de la noche una
chica empezó a gritar asustada como si un bicho o animal se le hubiera metido
en la cabaña, debió de estar un rato gritando, porque cuando me puse las
lentillas y me asomé por la rejilla de la tienda, ya no veía movimiento de
nada. Se tranquilizó. Y yo me quedé desvelada con la sábana y la mosquitera por
todo mi cuerpo mirando por la rejilla, por los dos lados de la tienda de
campaña, esperando ver a un animal o “algo”. Tenía miedo! ¿Qué habría sido? A
la mañana siguiente pregunté a los chicos del hostel: Juan, el dueño con una
pareja Bruno y Pascalina, todos franceses, no tenían ni idea de lo que habría
podido pasar, algún insecto, dijeron. La última noche me quedé a solas con
Pascalina, una tía muy loca, con ideas locas, pero buena chica, hablando de
todo un poco… y contándome los secretos que guarda Santa Catalina….chun-chun.
Conocí a la chica del grito, Anne una chica alemana que
viaja por Centroamérica, ella es escritora y habla muy bien español, viaja
desde abril. Me contó que durante la noche un saltamontes gigante estaba
caminando por su cuerpo, sí, son grandes, los he visto…yo también hubiera
gritado… Con ella pasé los últimos días y con la que me vine al siguiente
destino. Viajamos juntas en 2 autobuses, pero en el tercero ella se fue a
Puerto Viejo. Uno de los trayectos fue muy gracioso, el chico que vendía los
boletos era nuevo y vendió más de lo que debería, nos tuvimos que sentar con el
conductor, ella en el asiento del copiloto con otra mujer y yo en el pasillo tumbada
de la cabina, dónde me pude echar una siesta mientras escuchaba al conductor
hablar y hablar con Anne... llegamos a David y allí nos despedimos, pero
seguramente volvamos a coincidir por el caminoJ.
Me cogí el último bus que me llevaría a Boquete, un lugar que guarda muchos
lugares, los cuales descubriré en los siguientes días...