Lo que más me gustó del pueblo de Boquete al bajarme
del divertido autobús de Otto, fue el aire fresco y limpio que
se podía respirar. Ese calor sofocante, ya lo dejé atrás. Aquí estoy rodeada de
montañas y sumergida en multitud de colores y flores. La temperatura es ideal y a veces
llueve bastante, pero tiene su puntillo. Encontré el hostal muy fácilmente, es
a la vez una academia de español, "Spanish by the river" que también se encuentra en Panama City, Bocas y dos en Costa Rica.
Me recibieron con los brazos abiertos. Lo dirige un chico francés, Charlie, con ayuda de su recién mujer Katherine. Ambos muy amables, simpáticos, con los que compartí muchas risas, comidas y amistad, durante tres bonitas semanas. Aquí hice un voluntariado a cambio de una tienda de campaña bajo el cielo estrellado. Hicimos un pequeño contrato de una semana, el cual se podía alargar y ya ves si se alargó, no me quería ir de aquí.
Me recibieron con los brazos abiertos. Lo dirige un chico francés, Charlie, con ayuda de su recién mujer Katherine. Ambos muy amables, simpáticos, con los que compartí muchas risas, comidas y amistad, durante tres bonitas semanas. Aquí hice un voluntariado a cambio de una tienda de campaña bajo el cielo estrellado. Hicimos un pequeño contrato de una semana, el cual se podía alargar y ya ves si se alargó, no me quería ir de aquí.
Tenían muchos animales: una cabra bebé, de apenas un mes,
llamada Estrella, siete gallinas con un gallo protector, que no te dejaba
acercarte a ellas. El maldito gallo la tomó conmigo y prácticamente todos los
días me atacaba, tenía que ir con un palo por el hostal. Dos de las siete
gallinas ponen huevos en la oficina. Allí tienen dos cojines dónde se toman su
tiempo para ponerlos. Es curioso, yo no sabía que las gallinas no necesitaban
de un gallo para poner huevos, son capaces de producir los huevos ellas solas,
el gallo sólo es para hacer pollitos… También tienen un perico verde de mascota, se llama Lolo,
no sabemos si es macho o hembra porque para saberlo hay que llevarlo al
veterinario y meterle un tubo por ahí… Es muy malo Lolo, alguna vez ha
intentado comerse mis cables y picarme, pero con el paso de los días entablamos
una curiosa amistad. Y por último, una gatita, Maní, qué está embarazada. Charlie la quería castrar para que eso no pasara esto, pero se le adelantó otro
macho.
La primera semana, la hermana de Katherine, Daniselle de 12
años, pasaba mucho tiempo por aquí. Con ella entablé rápidamente una bonita amistad.
Me hacía trenzas, jugábamos a las cartas y me contaba muchas cosas sobre los
panameños y sus costumbres. Una niña con las cosas claras, con una sonrisa
siempre en la cara, pero le atropelló un camión. Por suerte solo fue un susto. Nada más tiene la pierna rota, que con reposo se pondrá bien. La fui a visitar
al hospital, porque no sabía se la iba a ver de nuevo antes de irme.
En cuanto a los visitantes del hostal, había una gran
variedad de personajes. Un ruso que lleva viviendo dos meses en el hostal,
pensamos que se esconde de algo o alguien. Se emborrachaba todas las noches y
por la noche muta a tigre, lo digo por
los ronquidos. Paul, un americano que le llamábamos El Profesor, un tipo muy
extraño e interesante. Un indio que tenía mucho interés sobre mi vida. El Ryan,
otro americano con conversaciones super vacías y repetitivas sobre Trump y sus
historias con el billete de avión que contaba a todo el mundo nuevo que llegaba.
Además, era capaz de decirte YOU KNOW? 5veces/10segundos, horrible!! Nos tenía locos a todos, era pesadísimo escucharle hablar. Las profesoras de
español Carmen y Virginia. Marc, un alemán con el que compartí muchas caminatas
y muchos otros viajeros que pasaban un par de días y con los que hacía las
excursiones. No era un hostal muy muy juvenil, pero me lo pasaba muy bien.
Hasta hice unas cuantas lámparas de cuerda, las últimas de ellas con Ana, una chica de Nueva Jersey con la que hice muy
buenas migas. Todos los días eran diferentes y no tenía tiempo para aburrirme. Alguna de mis tareas eran dar el biberón a Estrella, dar de comer a la
gallinas, mantener la cocina limpia, recibir a gente y explicarles que hay que
se puede hacer por este bonito lugar…
El primer día me lo dejaron libre para hacerme al lugar y
descansar. Me fui al pueblo para dar una vuelta y hacer esa compra básica
que siempre necesito. Aquí los alimentos son mucho más baratos y frescos. El
centro me pareció muy bonito, lleno de colores y gente. Gente que te sonríe y
siempre se quedan hablando contigo. Me parece un lugar feliz y bastante
tranquilo. A los cinco días, la gente ya me saludaba por la calle.
Me
sorprendió la belleza de una flor, comúnmente llamada floripondio, con forma de
campana, del tamaño de una mano, a veces de color blanca, amarilla o naranja.
Es una flor altamente tóxica, alucinógena, para los interesados: https://es.wikipedia.org/wiki/Brugmansia Realmente me parece extraño que una planta tan
tóxica esté por TOOOODOS los lados de Boquete, por los senderos, las calles, las casas, las aceras, las
montañas… en alguna de mis fotos se pueden ver. También se veía a menudo a mujeres indígenas con sus hijos y
sus trajes típicos, que bajaban al pueblo a comprar.
La primera noche me fui con el grupo de estudiantes de
español a una casa de una familia panameña porque una de las actividades en la escuela era
cocinar algo típico. Entre todos hicimos sancocho. Es un guiso de pollo con verduras
de la zona, acompañado de hojaldre casero, frito, por supuesto, y un batido de
nance, una fruta de aquí. Me lo pasé muy bien en la casa de Myriam, todo estaba
delicioso! A cambio, al día siguiente propuse a Charlie hacer tortilla de
patata para la gente del hostal. Hice 8 tortillas en dos horas y media, que
devoraron en 5 minutos. No fue la única vez que hice tortilla, no, hice muchas
más. Huevos rellenos también. Aquí cocinábamos bastante. Charlie una vez hizo
un Cheesecake con cobertura de plátano exquisito. Otras veces hacíamos barbacoas con la gente que venía a estudiar español.
En Boquete hay un montón de cosas qué hacer. Recomiendan que
todas las actividades se hagan con un guía. No son senderos difíciles, pero sí son
largos y no están señalizados. Es muy probable que te pierdas fácilmente. Tuve la suerte de
disfrutar y poder hacer casi todas las caminatas, por no decir todas las que se
pueden hacer en este precioso lugar.
Al día siguiente hice El Sendero de los Quetzales. Este
camino, perfectamente, se puede hacer solo, no tiene pérdida, pero yo lo hice
con Marc, un alemán que estaba de paso por aquí, viajando. No quería hacerlo
sola. No lo hicimos entero tampoco, porque ya era un poco tarde. El camino fue
espectacular. Alguna tribu indígena nos encontramos. Puro bosque nuboso y
selva. Salvaje. Muchas flores y un verde profundo que te envolvía. No vimos a
ningún Quetzal (precioso pájaro verde azulado con la cola muy larga) porque dicen que tienes que terminar
el sendero para poder verlos. Quizás lo vuelva a intentar… (aquí, en el letrero del Parque Nacional se pueden ver los floripondios),
Un buen día tuve el placer de conocer a Feliciano, un gran
hombre. Guía desde hace más de 15 años en Boquete. Conoce los caminos más
remotos y también los más conocidos de este lugar tan asombroso. Tuve el
privilegio de realizar uno de los senderos más bellos que he visto en mi vida.
Por el momento, este es el que va en cabeza. En un principio, íbamos a hacer El
Sendero del Pianista, pero Feliciano optó por enseñarnos a un grupo de alemanes
y a mí, uno especial, uno que sólo conoce él en todo el mundo. Ningún guía lo
sabe y no quiere contarlo. Grande!!! Un camino de 4 horas, inmersos en un
bosque lleno de secretos y bellezas. Árboles antiquísimos, de alturas
desorbitadas, de tamaños monumentales.
Una culebrilla marrón se interpuso en
nuestro camino, o nosotros en el suyo, porque de repente se puso roja. Caminos
embarrados, resbaladizos… estábamos en busca de los quetzales, que la otra vez
no pude ver. No tuvimos suerte, pero pudimos escuchar el canto de la Calandria,
un pájaro marrón y blanco con mostacho. Colibrís que no se dejaban a penas ver,
y mucho menos fotografiar, eran tan veloces como las estrellas fugaces… Seguíamos subiendo por la montaña pasadas dos horas. Para mí era como una
selva, pero Feliciano me decía que estábamos en un bosque bien espeso. El
camino era muy ameno con él al lado. A veces nos parábamos a escuchar, para poder
seguir el sonido de algún pájaro y así identificarlo.
Nos hablaba de los árboles, de flores y de las tribus
indígenas Ngäbe Buglé que vivían en lo
alto de la montaña. Nosotros llegamos a alguna casita de esta población. Son
tímidos y no querían salir. Las mujeres visten un vestido largo con un bordado, de
colores intensos. Llegamos al final del sendero y ante nosotros se extendía un
campo tan hermoso que se me escapó una lagrimilla de la belleza que estaba
contemplando, no exagero, fue algo espectacular. No podía parar de hacer fotos.
No sabía dónde mirar. Me hipnotizaba los diferentes tonos de verde que formaban
los líquines, los musgos, las plantas, los árboles… no había visto tantos tonos
de verdes juntos en mi vida, belleza extrema y natural.
La bajada fue menos dura, pero no dejó de sorprenderme. Uno de mis pies acabó atrapado en el barro en el último momento, pero menos mal que estaba Feliciano para rescatarme. Hicimos muy buenas migas, desde este día. Se agradece caminar con un hombre tan lleno de energía, vitalidad y alegría, que le gusta compartir todo lo que sabe sobre plantas y animales. Al día siguiente me invitó a otro sendero, esta vez el de El Pianista.
Este sendero fue diferente, pero no con menos belleza. Un
bosque húmedo dónde la espesura de la vegetación no te deja ver el cielo. Se
llama el Pianista por la cantidad de sonidos de pájaros que se pueden escuchar
a lo largo de él. Feliciano me enseñó identificar alguno, por ejemplo el del
Black-faced Solitaire, cuyo canto es como el sonido de una flauta con matices
metálicos, que en realidad tiene tres sonidos diferentes. Por el camino pudimos
ver algún insecto, entre ellos unas chinches gigantes que si te pican pueden
ocasionarte la fiebre del Chagas, pero estaban en un estado de apareamiento y
dijo Feliciano que llevaban en la misma posición tres semanas. También vimos un
camaleón salatarín, muy gracioso.
El Sendero del Pianista te lleva a la parte más alta, dónde se puede
observar el mar Caribe y afinando un poco más la vista puedes ver incluso las
islas de Bocas del Toro, que sería mi
futuro destino. Si continuases descendiendo por el otro lado del sendero podrías
llegar a Bocas en cuatro días caminando por un sendero un poco más complicado.
Nos quiso enseñar un poquito de este sendero y, verdaderamente, valió la pena. Este sendero me
recordaba al de un bosque encantado. Bellísimo, salvaje y mágico. La ruta que
lleva a Bocas es una ruta que también hace Feliciano. Es una ruta complicada en
la que te vas quedando en casa de los indígenas para dormir y comer. Hubiera
estado muy guapo. Se me pusieron los dientes largos cuando me estaba contando
que dentro de poco tenía planeado ir con dos parejas, pero las autoridades
panameñas han prohibido el paso por el Pianista y lo han cerrado poco después
de que tuviera la suerte de conocerlo. Pero él ha pensado un plan alternativo,
al cual me acabaré uniendo.. Feliciano y yo nos llevamos muy bien, es un hombre
bastante entretenido y le gusta mucho su trabajo. Ha trabajado de muchas cosas,
pero se quedó en guía porque es su verdadera pasión. Otra aventura con
Feliciano, nos veremos pronto.
Así fue, al día siguiente fui a comer con él a un lugar
local: arroz con lentejas, pollo con plátano frito acompañado de una bebida
llamada chicha, un refresco natural de arroz con piña aguado. Muy rico todo.
Después me llevó a su casa, dónde tiene una plantación de café. Fui con dos holandesas
que habían reservado el tour. Allí también conocí a su hijo Tito. Disfrutábamos de las espectaculares vistas que
ofrecía su casa acompañadas de un zumo de naranjitas, que no son naranjas,
tienen ese color por fuera, pero por dentro son verdes, parecido al kiwi y al
final tiene un regusto a tomate, algo exótico, you know???
Allí nos enseñó los árboles que tiene: muchos
de aguacate, de limones dulces, de guayaba… y toda la plantación de café. Tres
hectáreas. Aquí en Boquete, una de las fuentes de economía es el cultivo de
café. Feliciano vende su fruto y por otro lado, produce su propio café, para
vender y consumir.
Pudimos participar, ese día, en el proceso completo. Nos contó que, dependiendo de la zona, crece un tipo de planta de café. Hay unas más resistentes a los hongos y otras más resistentes a la lluvia. Él tenía de los dos tipos. Ahora hay problemas con el agua y muchas plantas se mueren. Para salvarlas, lo mejor hay que cortarlas y posiblemente el 80% se recuperen. También nos cuenta, que para que el suelo sea más fértil y rico, las plantas de café deben convivir con otros árboles frutales, por eso él tiene tantos.
Pudimos participar, ese día, en el proceso completo. Nos contó que, dependiendo de la zona, crece un tipo de planta de café. Hay unas más resistentes a los hongos y otras más resistentes a la lluvia. Él tenía de los dos tipos. Ahora hay problemas con el agua y muchas plantas se mueren. Para salvarlas, lo mejor hay que cortarlas y posiblemente el 80% se recuperen. También nos cuenta, que para que el suelo sea más fértil y rico, las plantas de café deben convivir con otros árboles frutales, por eso él tiene tantos.
Por
otro lado, Boquete tiene un árbol muy bonito y curioso, anaranjado, que destaca
sobre los tonos verdes de las laderas, se llama poró, se ve en algunas de las
fotos del pueblo (en la segunda composición de fotos, se puede ver el árbol, la foto de la casa que está al lado de la foto castillo). Este árbol, importado, es un árbol fijador de nitrógeno atmosférico
(AFN) que almacena en sus nódulos, raíces y hojas para transmitir a la tierra y
fertilizarla, así, de manera natural. Muy bueno para las plantaciones de café.
Feliciano ya tenía recogidos los frutos del café, en algunas
de las plantas salen dos semillas, en otras tres. Muy curioso me estaba
pareciendo todo, porque cuando fui a una plantación en Tailandia, apenas
explicaban el proceso paso a paso:
Primero hay que separar la pulpa con un molinillo manual.
Por un lado se obtiene la semilla y por el otro se desecha la pulpa. Después la
semilla húmeda, debido a una capa de pectina, como un moco pringoso, se lava y
se deja secar. El tiempo dependerá del sol y de la humedad del momento. Cuando
esté bien seca se procede a quitar la segunda piel (pergamino) con una especie
de mortero llamado pilón. Ahí puedes descargar toda tu rabia, que las semillas
no se rompen. Luego con ágiles toques, la cascarilla amarilla se va y quedan
las semillas con un color grisáceo. A continuación se deben separar los granos
feos o estropeados por los insectos. Este paso es manual y es el más importante
de todos, ya que, es aquí cuando se nota si una café es bueno o malo, industrialmente
no se puede separar. Ya, en el último paso, se enciende el horno y se procede a
tostar el café. El olor a café recién tostado me encantó, el sonido de los
granos al tostarse como si fueran palomitas de maíz y como los granos iban cambiaban
de color: amarillo, verde, naranja, hasta el último tono, marrón. Por último
molió un poco para mí, en un molino eléctrico hecho por él con la correa de una
lavadora.
Nos despedimos con un té de una planta que tiene en el jardín, muy bueno. Tenía un regustillo a anís y menta. Este Feliciano, es el mejor! Me ha dejado en el hostal haciendo planes para otro día, aunque este día subí por la noche al volcán Barú con Marc y un grupo de personas, voy a ser infiel a Feliciano…
Nos despedimos con un té de una planta que tiene en el jardín, muy bueno. Tenía un regustillo a anís y menta. Este Feliciano, es el mejor! Me ha dejado en el hostal haciendo planes para otro día, aunque este día subí por la noche al volcán Barú con Marc y un grupo de personas, voy a ser infiel a Feliciano…
A pesar de que no subí con mi guía favorito, él me dio todas
las recomendaciones posibles para que la subida fuera lo más fácil posible,
estaba preocupado. Marc y yo preparamos el equipo de aventura. Eran las 11:30
de la noche cuando empezamos a andar, había más gente con nosotros, pero cada
cual iba a su ritmo. En pocos minutos Marc y yo nos quedamos solos. Con el foco
en la cabeza, ascendíamos lentamente. Por nuestro camino no encontramos muchas
dificultades, salvo los inclinados caminos y a veces las rocas que se ponían en
nuestro camino. Hicimos algunas pequeñas pausas. Teníamos que medir bien el
tiempo, porque si llegábamos demasiado pronto a la cima tendríamos que esperar
al amanecer y allí hace frío, mucho frío. Por el camino me encontré un bicho
palo, parecía que era el único ser del volcán. No había ningún sonido de
pájaros ni rastro de otros animales, solo el de nuestros pasos. El camino hasta
la cima fue muy, pero que muy cansado.
Llegamos a las 6:30 de la mañana,
después de haber andado 16 km, cuesta arriba. Sin aliento y con frío. Los primeros rayos de
sol nos calentaron y pudimos admirar el paisaje montañoso de Boquete,
espectacular. Se podían apreciar, con un poco de imaginación, había bastante
nubes debajo, el mar Caribe y por el otro lado el Pacífico. El Volcán Barú es
el punto más alto de Panamá (3.475m), pero el camino no había terminado, para
llegar a la cima, había que escalar unas rocas. Tenía un poco de miedo, porque
seguridad no había. Marc me dijo que no me preocupara, que él se ponía detrás,
pero vamos, si me caía yo, los dos íbamos a ir al vacío. Allí hicimos una
pequeña pausa para comer algo y retornar. Me tumbé un rato y estaba tannnnn
cómoda en el suelo mientras me calentaba el sol... no me apetecía moverme, mi
cara lo decía todo. Me dolía el cuerpo
entero y no había dormido, aun así había que bajar, sí o sí.
El camino de
vuelta fue muy duro, pero bonito. Pudimos ver todo el camino que hicimos de
noche. Mientras descendíamos los colibrís nos acompañaban. Los colores del
camino intentaban hacernos el camino más ameno, pero el dolor de piernas y
pies continuaba. Después de 5 horas para retornar los 16km subidos, pudimos
llegar, a duras penas, al punto dónde salían los buses, pero no había y no me
imaginaba andar 8 km más para el pueblo y coger un taxi. Mis piernas no querían
más. Por suerte un 4x4 que se dedica a subir a la gente por 125 dólares nos
llevó al pueblo. Aun así mis pulmones quedaron limpios y dese entonces no fumo.
Después de pasar casi un día entero juntos, nos sabíamos nuestras vidas, un
chico majete.
Hablé con Feliciano y le conté mi experiencia volcánica. Lo
sintió por mí. Si hubiera ido con él, no lo habría pasado tan mal, porque él
suele aparcar el coche en otro lugar, para ahorrarse 8km. Ese día dormí doce
horas del tirón. A la mañana siguiente Feliciano me trajo una gran Papaya y me
quiso llevar a unas termas, pero tuvo problemas con el coche y tuvimos que
posponer el encuentro. Así que decidí ir a un castillo dónde Marc pasaba la
última noche y así despedirme de él, porque al día siguiente se iba a Bocas. Me
invitó a cenar una lasagna vegetariana y después fuimos al jacuzzi que había,
dónde se encontraban otros viajeros adoloridos por la subida al volcán.
Los días pasaban en Boquete y yo no quería que llegase el
momento de irme. Estaba tan a gusto y feliz que me iba a dar mucha pena dejar este lugar
tan puro y auténtico. No solo por la naturaleza que me rodeaba, sino por la
gente que iba conociendo día a día y por Feliciano que no se hace a la idea de
que algún día me iría, aunque una semana antes le fui dando pistas.
Hoy he ido a las termas con una pareja de franceses y mi
incondicional guía. El día fue lluvioso, pero perfecto para las termas. Los
franceses fueron la noche anterior al Volcán Barú con Feliciano y por eso
necesitaban esto. Antes de irnos para allá, le preparé a Feliciano un pinchito
de tortilla de patata que degustó feliz y muy agradecido. Por el camino,
Feliciano me contó la historia de las chicas holandesas que murieron en el
Sendero del Pianista hace 3 años (una larguísima historia) y lo disgustado que
está con el Ministerio por querer cerrar ese sendero.
Llegados a las Hotspring, pudimos relajarnos. El agua estaba
a 45 grados y la lluvia caía con fuerza, el lugar era idílico, estábamos solos.
Cuando tenía calor, me salía y el agua de la lluvia me refrescaba. Las
picaduras de los insectos se me curaron por arte de magia. Esa agua tan limpia
y medicinal hacía que se te fueran todos los dolores de las agujetas del día
que subí el volcán. Aquí cuando tienes agujetas se dice, estar mancao, por
cierto. Vimos algunas aves de gran tamaño, vacas, caballos, un búfalo y esa
lagartija que camina sobre el agua.
Al día siguiente Feliciano tenía un tour con dos chicas del
hostal. Vino un poco antes para comer conmigo, huevos rellenos. Le encantaron,
claro, pero aún le gustaba más la tortilla de patata. Este día fuimos a la
Cascada Escondida, también conocido como Pipeline trail, porque a lo largo de
él hay tuberías que sirven para llevar agua a la tierra, para la ganadería y
esas cosas. A la vista no molestan en absoluto, ya que están recubiertas de
musgo, lo cual le dan un aspecto hermoso. Este sendero fue bastante llanito y
facilón. Una de las mujeres era mayor y no quería caminar demasiado. Antes de
llegar al comienzo del sendero nos encontramos una roca de basalto. Un
verdadera obra de la naturaleza, que ahora es usada para escalar. Algunas casitas
locales y unos niños indígenas guapísimos que posaron para mí.
El sendero se
hizo ameno, como siempre, con Feliciano al lado. Multitud de flores silvestres
fueron fotografiadas con la cámara. De repente, nos topamos con un árbol
milenario, con uno de los troncos más anchos de la zona. Unas raíces que te
dejaban con la boca abierta. Estábamos aún en busca de la cascada escondida,
andábamos siempre cruzando puentecitos y pisando ríos (quebradas, se llaman
aquí). Cuando llegamos a la cascada, yo pensaba que iba a ver una enorme, pero
sólo había un pequeñíiiisimo chorro, nada espectacular, pero un paisaje, como
siempre, bellísimo.
Otro día hice una excursión a las Tres Cascadas con una
pareja inglesa. El camino fue muy llevadero y el paisaje, como siempre, no decepcionó.
En la entrada, después de haber subido una gran cantidad de escaleras, había
una botella con azúcar de caña disuelta en agua para los colibrís. Esta fue mi
máxima oportunidad para poder fotografiar este pequeño ave tan veloz.
El sendero nos llevó a tres magníficas cascadas, muy bonitas,
por un camino formado por las raíces de los mismos árboles para ir subiendo
poco a poco a la montaña y así poder contemplar las cascadas de este bonito
lugar. Cada una colocada en un sitio diferente.
Cruzando pequeños ríos nos encontramos con un tronco caído. Es oficialmente mi árbol favorito. Se trata del árbol de helecho, con
apariencia de palmera, pero las hojas son como las de los arbustos de helecho.
Feliciano nos quiso mostrar el interior del tronco. Con su machete empezó a
cortar el tronco. Dentro de él, caído, y en teoría, muerto, se esconde una
figuras, que dependiendo del ángulo de corte cambian de forma. Un árbol bello
por dentro y por fuera.
Al día siguiente Feliciano tenía una excursión programada
con Ana, la chica de Nueva Jersey. Por la mañana hicieron el camino secreto que
tanto me gustó, aquel en el que se me saltaron las lágrimas. Después me fui con
ellos a las Termas en Caldera. Ya estuve otro día, pero no me importó repetir.
Allí, Ana y yo, pudimos conocernos mejor. Me pareció una chica muy simpática.
Al día siguiente me ayudó a hacer más lámparas de cuerda
para el hostal, cuando de repente apareció Feliciano con noticias. Estaba
planeando ya la excursión a las tribus indígenas con las dos parejas que ya
habían contratado la excursión. Que yo iba, ya estaba hablado, pero Ana también
vendría con nosotros. En total seremos siete personas. Era la primera vez que
Feliciano iba con tanta gente allí, ya veríamos como nos apañaríamos. Esa
noche, Ana y yo, llenas de la emoción, nos hicimos una rica cena y estuvimos
hablando, mientras comíamos S’mores de postre, algo muy yanqui: un sándwich de
galleta con dos onzas de chocolate y nube de chuchería quemada… Hablamos de los
preparativos, para lo que iba a ser una gran experiencia.
Llegó el día en el que íbamos a convivir con una de las
tribus indígenas Ngäbe-Buglé de la parte de Bocas durante tres días y dos
noches, sin luz, sin agua potable, para sumergirnos en el día a día de estas
personas que se alimentan a base de arroz y plátanos. A esta tipo de tribu se
las podía diferenciar de los indígenas de Chiriquí fácilmente por el vestido que llevan las mujeres. Tienen
otro bordado y diferente tono de color.
Eran las 7am cuando Feliciano nos recogió en la puerta del
hostal. Él estaba tan emocionado como nosotras. En el viaje, nos acompañan una
pareja de canadienses de unos sesenta años, en muy buena forma que decían ser viajeros y no turistas, y una pareja de
ingleses de unos treinta, bastante sosos. Por el camino, paramos para desayunar en los
Cangilones, un mini canyon que hay en Boquete, algo que me faltaba por ver, por
cierto.
Después de unas tres horas en el gran, y recién comprado,
carrazo de Feliciano, atravesando las montañas de Chiriquí, llegamos a la casa de
unos amigos en un pueblo llamado Norteño. Allí aparcamos y nos preparamos para
comenzar una ruta de seis horas hasta llegar a la comunidad dónde viviríamos.
Por el camino nos llueve a ratos, pero no nos impide disfrutar del maravilloso paisaje.
Cruzamos sólo tres puentes en la primera hora. Después se terminó la civilización.
Ya no había puentes. El camino que tomaban los indígenas, más corto, para llegar
a las siguientes comunidades era atravesando el río Caño Sucio (susio) en
línea recta. Este río tiene forma de SSSS. Conté unas veinte veces las que
tuvimos que cruzar el río. Pasamos varias comunidades indígenas, con sus nombre
propios: Filo Verde, Loma de Agua, Coclecito, hasta llegar a Santos, la
nuestra. El camino nos sorprendía con flores espectaculares como la Heliconia, referido a la montaña griega Helicon donde se reunían las musas..
El camino fue espectacular, pero bastante complicado. Hubo
alguna que otra caída y muchos resbalones. Cruzar el río con piedras no es tan
fácil con esas zapatillas de goma, al igual que andar sobre charcos llenos de
barro en los que, a veces, te llegaba el lodo hasta el tobillo. No nos
importaba demasiado, porque sabíamos que a 100 metros había que cruzar el río
de nuevo y nos podíamos limpiar.
Por el camino, encontré libélulas con bonitos colores,
ranitas del tamaño de mi uña pequeña, cientos de gusanitos de seda colgando de
los árboles, lo cuales teníamos que esquivar, y algún que otro insecto curioso. El sonido de los tucanes en la
copa de los árboles nos acompaña en el camino, una pena que fuera tan
complicado de verlos.
La gente de las comunidades se nos quedaba mirando al igual
que si nosotros viéramos a una persona de color azul sonriéndo. Ellos no
están acostumbrados a ver a gente de fuera. Sólo los más ancianos. Este camino,
en realidad, pocas veces lo hace Feliciano, únicamente dos o tres veces al año, así que los más
pequeños o se esconden o corren o cuando te das la vuelta ves cómo se ríen de ti.
Por el camino pregunté a Feliciano, por curiosidad, cómo
había avisado a la comunidad que íbamos de visita. Me dice, que un día bajó a
David (un pueblo más grande cerca de Boquete) para dejar un mensaje en una
cadena de radio cristiana que ellos escuchan. El único aparato que tienen estas tribus es
una radio y una cabina de teléfono, que sólo recibe llamadas porque está
estropeada. Las mujeres en la tarde se colocan al lado para esperar la llamada
de su hombre.
Después de seis horas caminando llegamos a Santos. Nos
reciben con una gran sonrisa. Los niños se echan a los brazos de Feliciano
llamándole abuelo. La mujer, más tímida, le da las gracias por venir. Nos
presentamos y felices, Ana y yo, intentamos hablar con la niña (Mileide) y el
niño (Chico). No creo que tengan otro dialecto, pienso que simplemente no
tienen mucho vocabulario y sueltan palabras como les vienen: “Dónde qué tú
estás?”. Bueno en realidad eso lo dicen todos los Panameños, como también "qué sopa?" para decir "qué pasa?" o "ayala vida"(alla la vida, a ya la vida o haya la vida, no se sabe cómo se escribe) como para expresar sorpresa.
Cocinamos arroz al estilo indígena, en un cazo sobre leña
dejando que repose tapándolo con hojas de palmera. Nos vamos pronto a dormir,
el viaje fue largo. Por el hueco de la pared, a modo ventana, contemplo la
noche, rodeada de luciérnagas y un manto de estrellas. Pienso, en ese momento,
la cantidad de cosas bonitas que estoy viviendo y lo feliz que estoy de
continuar mi viaje. A cada sitio que voy, sitio que me regala algo que no se
puede comprar con dinero.
Pasamos una noche bastante jodida durmiendo sobre,
literalmente, tablas. Yo estrené mi saco de tela, no quería que se me metiera
ni un solo bicho. La segunda noche, encima de dónde dormían los ingleses, había
un escorpión y un saltamontes de esos gigantes. Por suerte, Feliciano, estaba
allí para salvarles.
Al día siguiente nos fuimos a andar a las montañas para
conocer el resto de la comunidad de Santos. Feliciano saludaba alegremente a la
gente y conversaba con ellos, mientras, nosotros, más bien Ana y yo, porque el
resto eran muy parados, nos acercábamos a los niños para hablar con ellos.
Muchos de los niños llevan tirachinas, que lo usan para cazar pájaros y
comérselos, jeje. En una de las aldeas un niño trepó para darnos un delicioso
coco (pipas, lo llaman aquí) a cada uno. En otra aldea fue una mujer la que, con un
palo, nos dio para probar otro tipo de coco. Riquísima el agua de coco. En una
de estas, estaba sentada con mi pierna encima de un hormiguero, me doy cuenta,
bastante tarde, de que 50 hormiguitas me estaban mordiendo, el resultado, un
gran sarpullido que me dura un par de días.
Por el camino de vuelta, vimos a lo
lejos, un potro que estaba sufriendo por estar encerrado en un lugar sin sombra.
Con la ayuda de todos intentamos mover las maderas para hacer que el pequeño
caballito pudiera disfrutar de un lugar mejor.
Al regreso a nuestra
aldea, pudimos disfrutar de un baño en el río bajo el sol. Ana y yo, pasamos un
buen rato jugando con los niños, el cercito Froski y un caballo blanco, como de cuento, que tenían. Aquí el medio de transporte es el caballo, a eso le
llaman carro.
Antes de que se fuera el sol, cenamos, otra vez arroz, acompañado
del mismo té que Feliciano me preparó en su casa. Por el camino encontró la
planta de este té, Moncá, y lo hizo también con hoja de limón. Esa segunda noche todos
dormimos un poco mejor, salvo por el incidente del escorpión…
A la mañana siguiente salimos de vuelta, por el mismo camino por el que vinimos. Se nos hizo más corto y pudimos seguir disfrutando de otra gente por el camino.
A la mañana siguiente salimos de vuelta, por el mismo camino por el que vinimos. Se nos hizo más corto y pudimos seguir disfrutando de otra gente por el camino.
Muchos más niños. Son muy lindos y
bonitos, pero luego cuando crecen, no lo son tanto, palabras de Feliciano. Por
el camino nos enseña plantas medicinales, nos muestra los árboles de
cacao y de otras frutas que no recuerdo. Nos presenta a un hombre casado con dos mujeres y veinte hijos, en la foto sólo sale uno de los más pequeños. Y por el camino también se encuentra un
tronco de mi árbol favorito de helecho y les hizo la demostración cortándolo.
Llegamos, después de cinco
horas, dónde teníamos aparcado el coche y nos quedamos hablando un rato con
Julia y su hijo German, los amigos de Feliciano, sobre nuestra experiencia.
Paso mis últimos dos días tranquila en el hostal, escribiendo este largo post, recordando todos los buenos momentos que he pasado en Boquete y toda la gente que me llevo conmigo. Me doy cuenta, que aquí pude dibujar, estaba tranquila, relajada y bastante inspirada.
Invité a Feliciano a cenar el penúltimo día, para darle las gracias por todo lo que he podido conocer junto a él y le regalé también un dibujo. Pienso que no se parece demasiado, aún así le hizo muchísima ilusión. Los otros me los quedo yo de recuerdo.
Conocí a la jefa de la cadena de Spanish by the river, Ingrid. Con Fernando, su marido, coincidí hace una semana cuando estaba el grupo de estudiantes. Están muy contentos con las lámparas de cuerda que he hecho para el hostal. Me dijeron que si tengo ganas podría, en Costa Rica, hacer alguna más.
Y................ el último día vino Daniselle de sorpresa con la pata chunga. Pasamos una bonita tarde llena de risas y bromas. Contenta por haber conocido a estas increíbles personas, triste a la vez por irme... pero me llevo, de recuerdo, unas trenzas que me hizo Dani para ir a mi próximo destino: Bocas del Toro.